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Golpe militar en Honduras: el presidente del país ha sido detenido y llevado a Costa Rica

Golpe militar en Honduras: el presidente del país ha sido detenido y llevado a Costa Rica

Cuando parecía que los golpes militares a gobiernos democráticamente electos eran cosa del pasado en América Latina, ayer sucedió uno más en Honduras. Esta regresión en el vecino, y naciones con rasgos similares en la región, nos recuerda que dos décadas de experimentos democráticos no son suficientes para desterrar de nuestros países la sombra de las dictaduras.

En una estrategia que incluyó la participación del Parlamento y el Ejército hondureños, así como el aval de la Iglesia católica, Manuel Zelaya, presidente constitucional, fue arrestado y llevado a la fuerza por militares hacia Costa Rica. Los golpistas arguyen que Zelaya renunció por “la situación política polarizada” y “problemas de salud”; sin embargo, ya todos los países del continente, desde Estados Unidos hasta Venezuela, condenaron el secuestro militar.

Hay que decir, para explicar el hecho, que Zelaya tiene su parte de responsabilidad. Llevó a su país a una crisis política por insistir en reelegirse, aun en contra de las disposiciones de la Corte Suprema, la Fiscalía General, el Congreso, el Tribunal Supremo Electoral y la Procuraduría General hondureñas. El golpe militar, injustificable, desde luego, se da bajo este contexto.

Cuando un presidente busca perpetuarse indefinidamente en su función, los poderes fácticos —armados, religiosos o empresariales— adquieren el pretexto perfecto para adueñarse del mando civil a través de la fuerza. Es el mismo riesgo que, guardadas las debidas proporciones, ha tomado Hugo Chávez en Venezuela y que tienen también en puerta Evo Morales en Bolivia y Álvaro Uribe en Colombia.

La reelección en sí misma no es dañina, es parte de la democracia pues ratifica en el cargo a los buenos gobernantes, pero cuando el pacto entre los diversos actores de una democracia es violentado por empeños de perpetuación en el poder de uno de ellos, el frágil balance institucional se rompe. Y en el caos, es la fuerza de las armas la que tiene más posibilidades de imponerse.

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